"Dios está de parte de los dictadores, casi todos mueren en sus camas.
Ahora no tengo nada, y ya nada importa de mí.
No conozco mi país y en él casi nadie me conoce a mí. "
Cena con un perro rojo








CENA CON UN PERRO ROJO, fragmento, de Sonia M. Martin






Novela ganadora del Premio Letras de Oro 1996, 
otorgado por la Universidad de Miami, 
el Ministerio de Cultura de España y la Tarjeta American Express.


SOBRE LA VERDAD

A los que creen que el tiempo borra la verdad
o creen que el tiempo cambia la verdad
porque en sus memorias se desvanece la verdad
o porque en sus memorias nunca estuvo la verdad
que sepan que el tiempo sólo pule la verdad
para quienes no aceptan vivir sin la verdad

SOBRE LA MENTIRA
Un país que no quiere reconocer la verdad
que no quiere reconocer su verdad
es un país que intenta mentirse a sí mismo
pero no es posible mentirse a sí mismo
sólo pueden mentirse a los otros
la mentira a uno mismo es una verdad invencible.

Del poemario Convocatoria, de Hernán Montealegre K.


DEDICATORIA DE BARBARA A LAS VICTIMAS DEL GENERAL…

Para Carmen, Rodrigo, Vicente Israel García Ramírez y muchos otros más a quienes no conocí, les dedico esta fantasía de cómo asesinar a un dictador, porque no se puede olvidar y ellos están en mis recuerdos y en mi amor al prójimo. Ellos también son mis hijos desarraigados.

Para Rita Ramírez, que según su carta publicada en la revista APSI, en el número 449 del 16 de mayo de 1993, su hijo de 19 años desapareció el 30 de abril de 1977. Ella escribe y no es escuchada:” Una vez más le pido a Luis Segundo León de Guevara, que me diga lo que sabe, que contribuya a la verdad: una vez más pido a los responsables que me digan dónde está mi amado hijo; una vez más pido a los Tribunales de Justicia, que investiguen el paradero de los detenidos desaparecidos.
En memoria de mi hijo exijo toda la verdad.”
Para ellos-escribe Bárbara-les dedico lo único que me quedó de todo esto: mi fantasía.


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Bárbara cerró el libro y miró para arriba tratando de evitar que las lágrimas desordenaran sus cuidadas arrugas. Meditó un rato y se dijo: “ han pasado casi veinte años desde que yo era “rellenadora” y mi esposo “loro”. Fue una época muy especial que vivió nuestro país y no nos sentíamos culpables por pintar las blancas paredes de nuestro hermoso Barrio Alto. Violeta, Silvia, Nano, Juancho, Diego, el Pato, la Pati, la Ana María, los Obreros Municipales de las Condes…y tantas cosas más. La escuela nos que ayudó a reparar Pascual Barraza. La huella inolvidable que dejó en nuestra familia Eduardo Paredes, padre. Y esa gran soledad que sentimos que no es posible borrar con nada. Chile no está con nosotros, ni tampoco nuestros amigos de entonces. Hoy tenemos nuevas amistades, casi tan buenas o mejores que las que románticamente tenemos en nuestra mente. De esos amigos de ayer y que dejamos en el país, puedo decir que su amistad está incólume, involuta, tan hermosa y viva como ayer, la siento hoy. Los otros, con los que pintábamos murallas y parlamentábamos con los de la Brigada Ramona Parra….Casi todos han vuelto a Chile y han encontrado un lugar….

Y nosotros aquí, con el Tío Sam y la ATT, sin saber adónde nos lleva esta nube a la deriva, como califica Simón a nuestra situación. Mamá sin destino y sin saber si California es Viña del Mar o Valparaíso, teje y desteje paletós de bebés para sus bisnietos que no entenderán lo que dice. Hay un muro silencioso de lenguas entre nuestros vecinos y ella. Han pasado casi veinte años de errar por el mundo. Mis nietos crecen bilingües y yo me desespero y lucho tratando de purificar la lengua de Walt Whitman, para que no perdamos la comunicación ni las raíces. Pero nadie entiende a los exiliados de ideales. A los delicados de esperanza, como Simón y yo. Hubiera querido tener un color político definido, y el Partido me habría apoyado como a tantos otros. Hoy, luego de mi último viaje a Chile, mis impresiones son más terribles que ayer. Todo y todos me parecen florecer y me alegro tanto. Los veo hermosos y lejanos de nuestras vidas. Almorcé con Diego, antes de entrevistar a Marcela Serrano. Diego es hoy todo un abogado de frondosa barba, que ríe mientras me cuenta cómo son sus hijos y me pregunta: ¿Qué fue de la linda Patricia? ¿Se casó? Respondo que sí, que vive en Buenos Aires y que está casada con un conocido periodista y escritor. Juancho volvió de España y se casó con una joven que es casi su gemela –Marisol es idéntica a él en su aspecto físico- con la que ha procreado casi un colegio de señoritas: tres hermosas y vivarachas niñas, que estudian en La Girouette. María Elena, la hermana de Juancho, me cuenta que su hijo está por entrar a la universidad y que ella no quiere que haga el Servio Militar; sigue tan loca como hace veinte años atrás. Sergio Parra –el joven poeta que he entrevistado últimamente- ha venido a California a escribir un libro. Lo he invitado a casa. Conversamos de escritores, poetas y editoriales, aquí, en Palo Alto. Luego, me dice con un dejo de soberbia:” Y qué se han creído los que se fueron. Ellos quieren volver después de veinte años y encontrar sus puestos. Y más encima reclaman.”

Lo escucho en silencio, porque las lágrimas que tragué en esta eterna fantasía que es mi vida, no me permite pensar claramente. Simón, mi querido Simón, él sabe de mis fantasías. Soy la hija de un general –demasiado joven para General- que murió asesinado por no aceptar un Golpe de Estado. No se preocupen, papá no era chileno. Yo nací cuando lo deportaron. El amor de mis padres floreció cuando papá era diplomático en nuestro país. Cierro los ojos y continúo leyendo. Sé que lo único que me queda es mi fantasía. Y está me hace recordar la voz del “’ultimo Presidente” la mañana del 11 de septiembre, diciendo el discurso por radio. Yo vivía en Vitacura. De mi casa no queda nada. Nosotros la compramos cuando esa zona era viña y nuestros amigos nos decían: “para ir a la casa de ustedes hay que hacer un safari…” No existía nada. Ni movilización. Hoy es un hervidero de comercio. Nuestra casa ya no está. Y de alguna manera mis compatriotas no nos permiten ser chilenos otra vez. Ya no tenemos un lugar en nuestro país y quien gobierna hoy me pide que olvide. Y yo, aquí, en Palo Alto, vago con mi fantasía recordando al Último Presidente, quien al oído y como en sordina me murmura lejano, pero seguro de sus palabras:

“Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, me seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes, por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la patria. El pueblo debe defenderse…Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el Pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano…de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía, la traición”.

Bárbara cerró los ojos escuchando la voz del hombre y recordando tanta leyenda sobre su muerte :”se suicidó-me contó una doctora que tomaba guardia ese día en el Hospital Militar-se llamaba Eva F., y era judía” También ella se suicidó años después. “Lo mató un teniente-dice mamá-lo obligaron a ponerle una banda presidencial de balazos. Así fue como murió”.

Bárbara se repite, déjenme vivir mi fantasía, ya que en mi realidad, Juan Francisco Gómez y Francisco Franco, han muerto cómodos en sus camas. Pero yo quiero matar a mi General. Tengo derecho a mi fantasía. Tengo derecho a no perdonar. Tengo derecho a no olvidar. Tengo derecho al amor. Tengo derecho a volver…


CAPITULO PRIMERO
EL REGRESO A “EL BUCANERO”


Las gaitas venezolanas distrajeron a Simón que terminaba de leer el capítulo final de una de las novelas de Maria Vargas Llosa. Las gaitas que pasaban por las calles en ese momento picaron la curiosidad masculina. El hombre se levantó, salió de su estudio y se asomó a la terraza. La Principal de El Cafetal estaba trancada como casi siempre, pero más aún con las fiestas navideñas y vísperas del Año Nuevo; las famosas y tropicales gaitas detenían el tránsito. ¡Ah! estos venezolanos tan bonchones para todo-pensó casi en voz alta Simón-para ellos la vida es pura guachafita.

La música y los gaiteros se perdieron con su ritmo de salsa en el verde follaje de los árboles y las matas de trinitarias multicolores. Con el tránsito semiparalizado, que seguía cadencioso y lento sin chistar siquiera con un cornetazo la alegre algarabía navideña.
Simón volvió a la novela; antes de viajar debía escribir varios artículos para la prensa. Este viaje que programaba con su mujer tenía para él una proyección especial. Estaba cansado, necesitaba cambiar de clima, de vida, de todo. Se consumía en estrés e hipertensión. No quería ver ni un Aldomet más en el viaje, ni tampoco un ansiolítico. Pensó en la última rueda de prensa con el escritor peruano. Vargas Llosa ya tenía el pelo encanecido, pero se veía fuerte y joven; algo tenso, quizá aburrido tras esa sonrisa afable y sus bien pensadas respuestas sobre cualquier tema que le preguntaran los periodistas. Simón no volvió a su estudio. Tomó el libro de Vargas Llosa y se dirigió a su habitación. En el cuarto su mujer daba los últimos toques al equipaje. Presionando con rodillas y cuerpo sobre la última maleta, Bárbara ofrecía un fundillo como una flor, sus muslos lisos y fuertes se tensaban a la fuerza ejercida por ésta en las correas de la maleta.
La atracción desplegada por su mujer, aún a estas alturas de la vida matrimonial, ponían a Simón frenético, pero se retuvo-Falta mucho le dijo. Ella, jadeante, levantó la cabeza y relampagueante contestó-Si. ¿ Qué llevaras para leer? Le preguntó él. –Nada, nada, quiero des-can-sar.
El marido salió del cuarto, prefirió sumirse en sus propios pensamientos, a una estéril discusión. Volvió a la novela….

Sonia M.Martin
Derechos Reservados
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